Los ojos del tuareg by Alberto Vázquez-Figueroa

Los ojos del tuareg by Alberto Vázquez-Figueroa

autor:Alberto Vázquez-Figueroa [Vázquez-Figueroa, Alberto]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 84-473-3535-6
editor: RBA Coleccionables
publicado: 1999-12-31T17:00:00+00:00


Con la primera claridad del alba Gacel y Suleiman reunieron los camellos para conducirlos hasta el punto en que había aterrizado el helicóptero con el fin de transportar el agua y los víveres hasta la seguridad de la caverna.

Una vez hubieron concluido con la pesada tarea de cargar a las bestias, alanzando firmemente cada bulto conscientes de que arrear la pequeña caravana a través de las agrestes montañas les iba a proporcionar incontables problemas e incomodidades, tomaron asiento en el mismo lugar en que el tuareg lo había hecho el día anterior en compañía de Nené Dupré, y tras prepararse un reconfortante té muy caliente y comer algo, observaron durante largo rato la infinita llanura que reverberaba en el horizonte castigada por un inclemente sol que caía a plomo.

—¿Qué vas a hacer ahora? —inquirió al fin Suleiman en el tono de quien da por aceptada de antemano cualquier decisión.

—Aún lo estoy pensando… —fue la sincera respuesta.

—La solución que propone ese muchacho tal vez sea la más razonable.

—Tal vez… Pero significaría dejar que extraños resuelvan nuestros problemas.

—¿Y qué otra cosa podemos hacer?

—Comportarnos como auténticos imohags.

—Desde que tengo memoria nos hemos comportado como auténticos imohags, y mira dónde nos encontramos. En el mundo que comienza más allá de esa llanura todos dependen los unos de los otros. Quizá ha llegado el momento de aprender de ellos.

—No me gusta ese mundo —musitó apenas Gacel.

—Tampoco a mí… —admitió su hermano—. Pero resulta evidente que el que nos ha tocado vivir poco tiene que ver con el de nuestros antepasados, que vagaban pastoreando o luchando, pero libres e independientes como dueños indiscutibles del desierto. Nosotros nos vemos obligados a escondernos en un mísero rincón en el que ni siquiera nos dejan vivir en paz.

—Seguimos siendo tuaregs.

—Un tuareg obligado a huir eternamente, ni es tuareg, ni es nada. Yo hace tiempo que sueño con salir de aquí, conocer a una hermosa muchacha y fundar mi propia familia librándome de una vez por todas de la carga que significa ser hijo de quien soy.

—Puedes hacerlo cuando quieras. Únicamente yo llevo su nombre.

—Pero yo llevo su sangre… —Suleiman hizo un amplio gesto como pretendiendo abarcar la inmensidad de la llanura que se abría ante ellos—. Se avecinan tiempos difíciles —musitó—. Y aun en el improbable caso de que todo esto acabe bien, resulta evidente que ya nunca estaremos seguros en el pozo. ¿Qué haremos entonces?

—«El guerrero que se distrae pensando en lo que hará después de la batalla, perderá la batalla, y el viajero que se distrae pensando en lo que hará al final del viaje jamás llegará a su destino…» —sentenció Gacel recitando una conocida máxima saharaui—. Concentrémonos en lo que tenemos que hacer, y dejemos el futuro en manos de Alá.

Poco después emprendieron la marcha de regreso a la cueva, pero en esta ocasión se vieron obligados a dar un gran rodeo de forma que los camellos avanzaran siempre por terreno rocoso evitando las zonas de arena o tierra en las que pudieran quedar impresas sus huellas.



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